La modernidad nos alcanzó mucho antes de que lo imagináramos. Ahora del pueblo al rancho ya hay carretera que le quita el encanto de subir a pie. A la entrada del pueblo hicieron una fuente y sobre la carretera varios locales comerciales junto a una gasolinera. La plaza luce más ordenada puesto que pusieron tránsitos en las calles para hacer respetar el sentido de las mismas. Llegó la corrupción. Se acabaron aquellas tardes llenas de tranquilidad tomando unas cervezas fuera de la casa. Muchos emigraron pal norte, otros a Guadalajara. Ir y venir constante. Muertes. Asesinatos. Los chaniques tocando en los entierros, en los toros. El sol más caliente, un sometimiento forzoso y doloroso de la autoridad hacia la gente. Este paraíso se perdió en el transcurso de la mera transición que nos transformó con los años. Ahora parece que las únicas que disfrutan la soledad del pueblo son las personas mayores. Los jóvenes obligados a ir a buscar acción a las comunidades vecinas. Todo esto en una transición de cambio de poder gubernamental y de la pelea por el territorio del narco que controlaba el pueblo. Las cosas están cambiando de manera dramática. Ahora ni siquiera se me da la gana de venir para acá, que lástima.
Entre más tiempo pasa se marcan más en mí aquellos viejos recuerdos de infancia que me hacen recordar una época distinta, sin internet, sin celulares, sin malicia, sin restricciones de ningún tipo y suelo pensar: “Que mal que mis hijos no puedan disfrutar aquellas cosas que tanto aprecié en mi juventud”. Ni modo el ser humano debe adaptarse día a día a su entorno, como decía mi abuelo no nos queda de otra. Adiós Puruarán de Matamoros. Me voy casi dormido y lleno de sentimiento agradeciendo a la vida por haber vivido tantas cosas lindas al arrullo de tus campos.
Anhelando estrechamente aquella magia que nos robó ésa: “La pinche modernidad”.