La tarde muere lentamente en aquel pueblo viejo de tierra caliente y bajo a pie del pinzán, mi piel tostada, mi cuerpo agotado por la ardua jornada de trabajo cede a pequeños calambres en las pantorrillas. Saco un cigarro, lo pongo en mi boca y seco el sudor de mi frente. La brisa comienza a soplar refrescándome un poco. Camino por la vereda entre el sonido de los pájaros, las hojas se mecen y el arroyo fluyendo cuesta abajo regando las cañas que se asoman por ambos lados del camino. Recuerdo cuando de niño corría por aquellos sembradíos con mi primo y saltábamos de piedra en piedra tras los becerros. Cuando me le declaré a aquella wacha en aquel potrero abandonado y más aún cuando entre aquellas cañas me hice hombrecito al compás del viento de primavera. Que tiempos aquellos. Recuerdo a mi abuelo ordeñando las vacas, a las chamacas de la plaza sonriéndonos. El olor de la leña. El lento galope de mi burro yendo de aquí para allá. Comidas familiares. Festín de mangos, tamarindos y ciruelas allá arriba en el rancho.
La modernidad nos alcanzó mucho antes de que lo imagináramos. Ahora del pueblo al rancho ya hay carretera que le quita el encanto de subir a pie. A la entrada del pueblo hicieron una fuente y sobre la carretera varios locales comerciales junto a una gasolinera. La plaza luce más ordenada puesto que pusieron tránsitos en las calles para hacer respetar el sentido de las mismas. Llegó la corrupción. Se acabaron aquellas tardes llenas de tranquilidad tomando unas cervezas fuera de la casa. Muchos emigraron pal norte, otros a Guadalajara. Ir y venir constante. Muertes. Asesinatos. Los chaniques tocando en los entierros, en los toros. El sol más caliente, un sometimiento forzoso y doloroso de la autoridad hacia la gente. Este paraíso se perdió en el transcurso de la mera transición que nos transformó con los años. Ahora parece que las únicas que disfrutan la soledad del pueblo son las personas mayores. Los jóvenes obligados a ir a buscar acción a las comunidades vecinas. Todo esto en una transición de cambio de poder gubernamental y de la pelea por el territorio del narco que controlaba el pueblo. Las cosas están cambiando de manera dramática. Ahora ni siquiera se me da la gana de venir para acá, que lástima.
Entre más tiempo pasa se marcan más en mí aquellos viejos recuerdos de infancia que me hacen recordar una época distinta, sin internet, sin celulares, sin malicia, sin restricciones de ningún tipo y suelo pensar: “Que mal que mis hijos no puedan disfrutar aquellas cosas que tanto aprecié en mi juventud”. Ni modo el ser humano debe adaptarse día a día a su entorno, como decía mi abuelo no nos queda de otra. Adiós Puruarán de Matamoros. Me voy casi dormido y lleno de sentimiento agradeciendo a la vida por haber vivido tantas cosas lindas al arrullo de tus campos.
Anhelando estrechamente aquella magia que nos robó ésa: “La pinche modernidad”.
La modernidad nos alcanzó mucho antes de que lo imagináramos. Ahora del pueblo al rancho ya hay carretera que le quita el encanto de subir a pie. A la entrada del pueblo hicieron una fuente y sobre la carretera varios locales comerciales junto a una gasolinera. La plaza luce más ordenada puesto que pusieron tránsitos en las calles para hacer respetar el sentido de las mismas. Llegó la corrupción. Se acabaron aquellas tardes llenas de tranquilidad tomando unas cervezas fuera de la casa. Muchos emigraron pal norte, otros a Guadalajara. Ir y venir constante. Muertes. Asesinatos. Los chaniques tocando en los entierros, en los toros. El sol más caliente, un sometimiento forzoso y doloroso de la autoridad hacia la gente. Este paraíso se perdió en el transcurso de la mera transición que nos transformó con los años. Ahora parece que las únicas que disfrutan la soledad del pueblo son las personas mayores. Los jóvenes obligados a ir a buscar acción a las comunidades vecinas. Todo esto en una transición de cambio de poder gubernamental y de la pelea por el territorio del narco que controlaba el pueblo. Las cosas están cambiando de manera dramática. Ahora ni siquiera se me da la gana de venir para acá, que lástima.
Entre más tiempo pasa se marcan más en mí aquellos viejos recuerdos de infancia que me hacen recordar una época distinta, sin internet, sin celulares, sin malicia, sin restricciones de ningún tipo y suelo pensar: “Que mal que mis hijos no puedan disfrutar aquellas cosas que tanto aprecié en mi juventud”. Ni modo el ser humano debe adaptarse día a día a su entorno, como decía mi abuelo no nos queda de otra. Adiós Puruarán de Matamoros. Me voy casi dormido y lleno de sentimiento agradeciendo a la vida por haber vivido tantas cosas lindas al arrullo de tus campos.
Anhelando estrechamente aquella magia que nos robó ésa: “La pinche modernidad”.
Todo el mundo centrado en los estados unidos, en cómo solucionar el pedo, en q si el Obama va a hacer esto o aquello. Y a nosotros jodidos mortales nos bombardean con comerciales pa comprar y comprar y gastarnos las prestaciones q nos dan en diciembre, que poca madre.
La verdad es que se han mezclado nuestras tradiciones prehispánicas con las de los gabachos, aunque en realidad el haloween no es netamente estadounidense, qué hay de malo? pues no estaría tan mal si lo supiéramos separar, porque aunque están algo emparentadas las celebraciones, no son lo mismo. Hoy por ejemplo, recordamos a los niños difuntos y mañana a los adultos, la idea es ofrecerles sus alimentos y bebidas favoritas para recibirlos estos días, porque ellos nos visitan, no precisamente para jalarnos los pies por la madrugada.
En nuestra cultura se trata de ver a la muerte como algo natural, pero no definitiva, pues nuestras almas son eternas y en estos días se abre el camino para compartir en paz entes y ánimas, el mundo terrenal.
Tampoco hay que quitarles a los niños las fiestas de disfraces.
